Abrir la tierra para poner semillas es un acto casi sagrado. A mi me suena a algo místico. Hay muchos factores ambientales y humanos implicados. Por un lado hay que tener la tierra para poder colocar la semilla, hay que tener la semilla, hay que tener gente que ayude para el trabajo. Todo eso genera gasto. La tierra tiene que ser adecuada, necesitamos que la lluvia caiga en suficiente cantidad y en el tiempo adecuado. Necesitamos al sol. También necesitamos abono, técnicas para controlar las plagas. Necesitamos los instrumentos de siembra y de cosecha. Luego a vender. Ahí está el mercado con sus precios implacables, los intermediarios, los transportistas. La gente que quiere pagar lo mínimo por los productos. Y alrededor de eso muchas cosas, nuestros conocimientos ancestrales, los intereses económicos, los técnicos, las políticas de gobierno, el riego o la falta de riego. La pobreza, la gente mala, los peligros de enfretamientos por tierras, por robo.
La agricultura es un oficio noble. Mucha gente se dedica a esa labor, mucha gente vive de eso. Con todo lo que eso implica. Trabajo físico, incertidumbre, mercado implacable, discriminación. El Ecuador, a pesar de que muchos han hecho lo imposible por cambiarlo, sigue siendo un país agrícola. Un país que produce banano, arroz, maíz, papas, mellocos, papaya, mango, cebolla, naranjilla, ciruelas, tamarindo, pimiento, tomate. Tantas cosas. Este es un país diverso no solo en plantas y animales silvestres sino en productos agrícolas.
Por otro lado, cuando los conservacionistas hacemos nuestros ejercicios de planficiación y preguntamos cuales son las principales amenazas a la biodiversidad, lo primero que sale es el tema de la frontera agrícola. Los bosques se pierden a costa de la agriculura y de la ganadería. Los bosques que proveen de agua, los bosques que son el refugio de nuestro patrimonio naturales, los bosques que nos proveen de materias primas.
¿Es esto una contradicción insalvable? ¿Pueden coexistir los bosques y la agricultura?
Mi percepción es que si pueden pero se necesita ordenar el territorio y planificar las intervenciones de conservación y agricultura de manera simultanea. Es un tema pendiente de nuestros gobiernos, tanto centrales como locales. Ordenar el territorio y planificar. No es sencillo. Sería fácil si solo tuviera que ver con la aptitud del suelo. Eso se puede conocer relativamente fácil haciendo mapas con información física. El problema es cuando en estos ejercicios incorporamos variables como la tenencia de tierra, los conocimientos de la gente, las tradiciones de cultivo, la estructura de producción. Obviamente, también debemos considerar que detrás están intereses económicos y de poder que no salen a la luz pública, sino que se manejan en la sombra y a través de mecanismos difíciles de percibir y manejar.
Más allá de la planificación también es importante conocer que existen técnicas para cultivar de manera más amigable con el ambiente. Evitando monocultivos, haciendo producción orgánica, dándole valor agregados a los productos, usando herramientas de comercialización más justas.
Conservar no es sinónimo de detener el desarrollo, sino de entender las cosas de otra manera. De comprender que no podemos seguir con nuestros patrones actuales porque nos estamos haciendo daño a nosotros mismos. Lo primero, es cambiar de actitud y discutir de manera transparente un nuevo modelo de desarrollo
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