sábado, 18 de abril de 2009

Sendero Quimis

El sol caia duro. Pero no hacía tanto calor. Habíamos quedado en reunirnos para evaluar un posible sendero en la zona seca de Quimis en la provincia de Manabí, a medio camino entre Jipijapa y Montecristi. Estabamos Mario de Quimis, Juan, especialista en senderos, Fernando un biólogo que está diseñando los senderos Paulo que coordina un proyecto de conservación en la zona y yo, que trato de ayudar en el área.

Siempre que menciono que trabajo por esa zona, la gente piensa en que hay no puede haber nada. Solo ceibo, maíz y rastrojo. Pero eso es lo que a mi me gusta del bosque seco. Que aunque puede causar una mala impresión al principio es un lugar fascinante, lleno de vida. Y más que nada de una vida muy especial, adaptada a la falta de agua.

Empezamos a caminar antes de las tres de la tarde. Entramos por una zona de cultivo de maíz. No había mucho en todo caso. Desde este lugar ya se veían los primeros ceibos. Ya estaban sin hojas, hace unas tres semanas que ya dejó de llover. Está empezando la floración. Es increíble. Empieza la época seca y la vida empieza a explotar. El ceibo es importante porque la flor es forraje para los animales, la lana sirve para hacer cojines y colchones y la flor sirve para la miel. Es un árbol muy productivo pero que la gente no valora mucho. Además de todos esos usos humanos el ceibo es un hábitat importante para especies vegetales como las epífitas que conviven con él o para las colembas que hacen sus nidos en las ramas.

Paulo, hablaba siempre de este lugar como un problema para el sendero, en el sentido de que no es natural. Yo discrepo porque la parte agrícola también puede ser un elemento interpretativo interesante. Para los públicos urbanos, conocer cómo se cultiva y conocer datos de la realidad de campo puede ser algo muy importante. Además, que el maíz como tal tiene muchas historias para contar. Es parte integral de nuestra cultura.

Ni bien empezamos a caminar ya hay cosas interesantes. Plantas rastreras, plantas de mate, unas esponjas naturales. Y bueno en el sendero iban apareciendo cosas. Más que nada plantas. Ceibos, palo santo, cactus, bromelias, árboles de troncos rojos. La primera parte del sendero estuvo suave. Una subida pero sin mucha dificultad.

En cada etapa íbamos viendo un poco lo que se necesitaba para hacer un buen sendero. Juan nos explicaba técnicas importantes para mejorar la experiencia del visitante y para evitar los daños en el sendero. No eran cosas del otro mundo, más bien cosas muy lógicas, pero que muchas veces no se aplican. Lo que sucede es que la gente piensa que tener senderos es solo abrir un camino a machete.

Para mi lo importante es que los chicos vean que se trata de un tema con mucha técnica. Que hay que pensar en los atractivos, pero también en los visitantes. Que se deben hacer obras para facilitar la caminata y evitar la erosión. Que se deben aprovechar los atractivos y no hacer senderos rectos ni tampoco muy abiertos. Que debe haber espacios para descansar, para admirar el paisaje y para el descubrimiento. También hablamos de la promoción, de la participación local. Otra vez, este es un tema de mucha ciencia y muy complejo.

La primera parte como decía fue sencilla. El sendero estaba abierto. Llegamos incluso hasta un camino carrozable. Según decía Mario, el camino antiguo entre Montecristi y Jipijapa. Esa es otra cosa importante de este lugar y que no valoramos en su justa dimensión, la historia y la cultura. Necesitamos rescatar eso. Para conocer de donde provenimos, para poder generar orgullo y ciudadanía.

Luego de ese camino la cosa se puso un poco más difícil. El camino no estaba abierto y aunque el sendero estaba bien marcado y no se podía uno perder, a ratos se cerraba. Y claro, empezamos a sentir el bosque seco en toda su fuerza. Nada de montañas demasiado empinadas pero si largas subidas. Muchas espinas y matorrales cerrados. El aroma del palo santo, el pegamento del muyuyo, las ramas secas. En un lugar, paramos y Juan explicaba algo y para hacerlo arrancó un tronco seco y descubrimos que dentro se escondías dos zarigüeyas bebes. Para estas cosas son fascinantes porque me hacen dar cuenta de que lo que vemos por encima es una cosa, pero hay mucho por explorar y descubrir.

Esta parte requirió de nosotros un cierto esfuerzo. Pero fue bueno porque llegamos a un lugar donde había una buena perspectiva del lugar. Se veía un bosque intervenido pero con cobertura vegetal. Por supuesto emergían los ceibos. También se veía mucho palo santo. Yo, como en el resto del camino, me dediqué a tomar fotos para tener un registro del lugar.

También vimos en este lugar un lugar utilizado ancestralmente. Unos huecos rodeados de piedras. La gente les llama tolas. A simple vista son huecos con piedras, pero dentro se encuentran piezas arqueológicas. Lamentablemente en muchos lugares, la gente los ha sacado para vender y han eliminado cualquier posibilidad de realizar estudios. Me da tanta frustración este tema. La gente no conoce lo importante que es nuestro patrimonio cultural. Y eso combinado con la pobreza, implica la destrucción del mismo. Abajo, en la casa de un comunero nos mostro un recipiente que seguro era un molde y unas piedras con unas figuras impresionantes. Pero claro, fuera del lugar, sin el contexto, ya no sirven para nada arqueológicamente hablando.

De ese lugar emprendimos el retorno que fue sencillo. Por un sendero abierto. Aunque hubo colinas que subir la cosa estaba más suave. Con Juan veníamos hablando con Mario y fue interesante escucharlo. El decía que prefiere mil veces la miel que el maíz. En un año el hace por lo menos 3 cosechas. En cambio con el maíz solo una y muchas veces sale a pérdida. Yo creo que hay que buscar más gente como y convencer a la gente para que trabaja en el bosque y no contra el bosque. Hay muchos beneficios que pueden ser sustentables. El turismo, la miel, el palo santo, la lana. Y mejor si todo eso se combina. Incluso se podría pensar en cultivos orgánicos familiares como complemento que permitan una subsistencia más adecuada de las familias.

Llegamos al final. Nos tomamos el agua que nos brindó la gente. Descansamos un poco antes de regresar a nuestras casas. En Portoviejo, en Guayaquil, en Quimis y en Puerto López. Esta visita me deja sentimientos encontrados. Por un lado, veo todo el potencial de la zona. Está ahí, visible. Pero también soy consciente de los desafíos que implica. Organización de la gente, asesoramiento técnico y financiamiento. En todo caso, creo que recorrer el lugar es una buena motivación para seguir en mis esfuerzos de conseguir los recursos y los apoyos necesarios para que la conservación del lugar sea una realidad.

Creo que este lugar refleja los múltiples aspectos de la conservación en la cordillera costera. Una diversidad y endemismo importante; recursos del bosque que la gente utiliza; ocupación ancestral del área; dificultades económicas y organizaciones débiles; poco aprecio al lugar por parte de la gente del lugar y de fuera; proyectos de infraestructura cercanos que no consideran los aspectos ambientales; un poco gente local y conservacionistas interesados en el área; un estado central que no ha intervenido mucho en la zona y gobiernos locales que no trabajan en conservación de la biodiversidad.

Es, en definitiva, un buen lugar para conocer y trabajar.

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